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En las profundidades de nosotros, en nuestra conciencia, está la capacidad de conocer y discernir entre el bien y el mal. Es donde se encuentran lo valores y lo que entendemos por moralidad. El tema es tan antiguo como el hombre, la Biblia habla de cómo en el jardín del edén había dos árboles deslumbrantes: el de la vida, que concedía la salud y la inmortalidad, y el temible árbol del bien y del mal, del que no debían probar sus frutos. La famosa manzana que mordió Eva nos dio el conocimiento y reveló, así, nuestra bondad o maldad bajo las órdenes de la recién adquirida conciencia.
Los neurocientíficos sabe hoy que cuando la zona prefrontal del cerebro se encuentra afectada, el cerebro queda gobernado por nuestra parte más primitiva: el sistema límbico, del que dependen emociones como la agresividad, el ataque, la impulsividad y la poca habilidad para relacionarnos. En resumen, hay una correlación entre disfunciones prefrontales y conductas antisociales así como violentas.